
Renovar los procesos educativos en la sociedad del conocimiento digital
En los países en desarrollo, en general, prevalece además una escasa inversión en Investigación y Desarrollo (I+D), lo cual lleva asociado el escaso énfasis en investigación básica y aplicada, y la poca atención al sistema de educación superior en materias formativas, especialmente a nivel del postgrado, y de investigación e innovación. En el promedio, estos países dedican un 0.8 % de su Producto Interno Bruto (PIB) a I+D, lo que contrasta notoriamente con el 2.66 % que dedican anualmente a este rubro los países de mayor nivel de ingreso. Los países más avanzados en Latinoamérica desde el punto de vista de su producción industrial son Brasil y México, cuya inversión en I+D es de 1.15 % y 0.9 % del PIB, respectivamente, mientras que en Chile alcanza a solo 0.4 %, en Argentina a 0.6 % y en Perú a 0.1 % (!). En gran parte debido a esta falta de énfasis en el desarrollo de nuevo conocimiento, los países latinoamericanos exportan solo un 12 % de su PIB en manufacturas, siendo el resto esencialmente materias primas. Caso contrario al de los países de mayor nivel de ingreso en el mundo que como Corea, Suecia, China, Japón y Alemania, observan una inversión en I+D de 4.3 %, 3.2 %, 2.1 %, 3.5 % y 2.9 % del PIB respectivamente. De aquí también deriva el escaso desarrollo del sistema universitario en Latinoamérica, especialmente verificado en aquellos rankings que ponderan fuertemente la investigación publicada. Así, por ejemplo, el ranking ARWU, de la Jia Tong University de Shanghai, revela que dentro de las quinientas mejores universidades en el mundo, están presente solo once latinoamericanas (siete brasileras y cuatro de habla hispana).
Otras consecuencias de la «mentalidad minera» es la concentración de la riqueza, sin dar cuenta de los daños medioambientales y los beneficios a largo plazo de una mayor diversificación productiva. En Chile, el 60 % de las exportaciones corresponden a productos de la minería, ya que los costos de la mano de obra y los costes de la operación (sobre todo los de Salud y Seguridad) son bajos, hay poco incentivo para automatizar la minería. La creación de productos nuevos también está limitada, como ya se ha ejemplificado con el caso del litio chileno.
Para lograr una economía basada en el conocimiento hay que desarrollar una «base científica» que represente la materia prima (potencialmente inagotable) de la innovación. La base científica se encuentra en las universidades dedicadas a la investigación en ciencias e ingeniería, como así también en el desarrollo de las ciencias del management y sociales y humanas, dado que el desarrollo industrial tiene fuertes implicancias en el campo del empleo, la capacitación y la educación permanente. Para conseguir una prosperidad duradera, hace falta cambios profundos de mentalidad, y pensamiento más estratégico sobre lo que ocurra cuando ya no queden recursos naturales. En ese sentido, la docencia universitaria y las tareas de investigación y desarrollo son ingredientes fundamentales en la transformación de la economía y la sociedad.
El papel de la ciencia y el sistema educativo
La ciencia es el conocimiento sistemático de lo físico o material del mundo a través de la observación y la experimentación. La ciencia suministra métodos y procesos donde esta comprensión del mundo es acumulada, codificada y comunicada. La ciencia no prueba nada ya que el «método científico» solo puede «desaprobar» la hipótesis. Lo que proporciona la ciencia es evidencia a propósito de los fenómenos físicos y materiales y, a través del proceso de la experimentación y la acumulación de evidencia, desarrolla conocimiento y entendimiento del mundo físico. Esta observación constituye el primer elemento en la construcción de una economía de conocimiento, ya que los que trabajan en ella deben saber los límites de la ciencia y manejar la incertidumbre que acompaña el método.
El segundo elemento es el provecho económico de la ciencia a través de la ingeniería y tecnología, que toman teorías y evidencias científicas y las convierten en productos que tienen utilidad y valor de mercado. En el caso chileno actual la tecnología se usa en la extracción de los recursos naturales, en la línea de lo que hemos llamado la mentalidad minera, lo que le diferencia del resto del mundo desarrollado, donde la tecnología se orienta a incorporar mayor valor a la producción por medio de la integración industrial. De este modo, en muchos países la tecnología se usa en la agregación de valor a la economía a través de productos innovadores. El método científico consiste en probar teorías tratando de romperlas. Si la teoría sobrevive la experimentación por una robusta metodología, es evidencia de la validez que la ingeniería puede convertir en productos y producción.
Para crear (o más bien ampliar) la base científica de un país es indispensable considerar la formación de los profesionales y posgraduados en la educación superior y verificar la calidad del sistema y la metodología que envuelve dicha formación. La educación superior científica de Latinoamérica, y de Chile en particular, sigue en general modelos tradicionales basados primordialmente en teorías que, aunque tengan sus méritos, no reconocen que la práctica y experimentación son imprescindibles. Aquí ciertamente incide la limitante de recursos para laboratorios y materiales de investigación, que se denota frente a un creciente número de estudiantes que se privilegia como objeto de la política pública destinada a favorecer una mayor cobertura. La educación científica en Chile requiere un mejor balance entre la teoría y la práctica en el proceso de enseñanza y aprendizaje; sin experimentación y aplicación sufre el entendimiento de la teoría. Solo con ella puede el aprendiz comprender, aplicar y analizar/sintetizar profundamente los conceptos teóricos científicos y de ingeniería, y así crear y diseñar nuevos productos y sistemas. De entrada, lo que hace falta considerar en los sistemas de educación superior en Latinoamérica son los recursos requeridos para el desarrollo de científicos y tecnólogos, además de una enseñanza activa en creatividad e innovación. En los países en desarrollo hay una falta de recursos e instalaciones de laboratorios en las universidades, y falta de considerar otras experiencias para reconocer que se está en un mundo globalizado de enseñanza3. Para formar científicos ingenieros de alto nivel (y así poder crear una economía del conocimiento) es fundamental tener los recursos necesarios para incorporar los más actualizados desarrollos científicos y tecnológicos.
Respecto a la materia de enseñanza, el conocimiento del emprendimiento es una importante y necesaria adición al currículo universitario. El emprendimiento se define como el diseño, lanzamiento y mantenimiento en marcha de un negocio nuevo, el cual típicamente comienza como una empresa pequeña, y la gente que crea el negocio ofreciendo un producto, proceso o servicio para venta o arriendo llamada «emprendedores». En el Reino Unido y Europa existe a nivel nacional y regional agencias de desarrollo de pequeñas empresas con funciones de apoyar la creación de negocios nuevos, basados en oportunidades regionales para llenar los vacíos en el mercado local. Además, si los resultados de un proyecto de investigación en una universidad tienen la potencialidad de crear productos, procesos y servicios nuevos, los investigadores pueden elaborar un plan de negocio para crear una pequeña empresa. Existe la posibilidad de la participación de financiamiento de una empresa privada, bancos, la universidad y el gobierno local. Puede además, dar lugar a una patente, pero en este campo también Latinoamérica se encuentra en general muy rezagada en cuanto a la debida protección de la propiedad intelectual, convirtiéndose ello en un serio desincentivo al emprendimiento y la investigación. Por otro lado, el acceso a laboratorios universitarios y su instrumentación por parte de empresas privadas sirve como prueba del valor de inversión en equipo y del aprendizaje para empleados de la empresa. Así crea puestos de trabajo para recién doctorados, como emprendedores de empresas o empleados de los mismos.
Otras iniciativas incluyen los Teaching Company Schemes (TCS) implementados por un departamento de Tecnología e Innovación4, que consiste en formar una colaboración entre las universidades y empresas locales. Se trata de mejorar e introducir innovaciones en los productos de una empresa, cuyos recursos financieros son limitados. Se unen así expertos de la academia con la empresa para mejorar o desarrollar productos nuevos, adiestrar empleados de la empresa a través de programas de postgrados u otras calificaciones académicas. Este esquema requiere el desarrollo de planes de negocio, financiamiento y administración del proyecto; en el caso de UK, el gobierno proporcionaba hasta el 60 % de los fondos. La iniciativa ya está superada por los Knowledge Transfer Partnerships (KTP —Sociedades de Transferencia de Conocimiento—). En la misma línea, en el caso chileno se ha dado lugar a las «incubadoras de empresas» que auspician el desenvolvimiento de la colaboración universidad-empresa.
Dentro de las facultades universitarias en UK existen oficinas que manejan los TCSs, KTPs y las otras facilidades para obtener fondos gubernamentales o privados. Estos fondos, además de proporcionar asistencia a las empresas, también se usan para mejorar el equipamiento de los laboratorios universitarios. Así, la actividad empresarial aporta beneficios a largo plazo para las universidades. Debe hacerse notar también que la administración de la universidad está orientada a conseguir fondos y apoyar compañías en su entorno local. En Chile, por ejemplo, la creación del Consejo Nacional de Innovación para la Productividad (con la participación de entidades estatales de promoción de la inversión, investigación y desarrollo empresarial Corfo, Conicyt, Fondef y GoToMarker) manifiesta el intento de contratar científicos e ingenieros, para agregar valor (a corto y largo plazo) a los recursos primarios de exportación actual. Otros esfuerzos similares en países latinoamericanos han tenido lugar, pero también con limitados alcances y generalmente excluyendo a las universidades. Para mejorar el bienestar de los países, se requiere una visión más amplia, en que se conciba la posibilidad de crear valor de ideas y conocimiento, como lo tienen países como los de Europa, donde hay escasez relativa de recursos naturales (comparado con Chile) y no queda otro remedio que desarrollar tecnología, maquinaria inteligente, automatización de los medios de producción y servicios y crear conocimiento para poder crear empleo y bienestar a sus ciudadanos. Eso representa un ejemplo para ampliar en Latinoamérica, donde no se encuentran muestras de semejante innovación en la agregación de recursos naturales de exportación casi sin tratamiento, limitando el desarrollo del país y las oportunidades de empleo para científicos e ingenieros en puestos dignos de una buena formación.
La creatividad y la innovación
Otra carencia en la educación en general es la enseñanza de la creatividad. Esta se define como la capacidad de generar nuevas ideas o conceptos, y de nuevas asociaciones entre ideas y conceptos conocidos habitualmente para producir soluciones originales. La creatividad es sinónimo del pensamiento original, y si se aspira a tener una sociedad más inteligente y basada en el conocimiento, se debe tener profesionales que estén dispuestos a aportar nuevas ideas y crear valor agregado a los recursos naturales; desde este punto de vista, es necesario pensar como científico e ingeniero para así resolver problemas. En los países menos desarrollados, que cuentan con sistemas educativos metodológicamente retrasados, la creatividad se inhibe puesto que a los estudiantes se les fuerza a la repetición de fórmulas y contenidos (memorizar contenidos sin comprender profundamente sus alcances es algo muy negativo para el aprendiz), aun cuando los currículos se diga que están orientados a la formación por competencias. La creatividad en conjunto con la innovación intercala en el entorno empresarial. A medida que los mercados se hacen competitivos, estos elementos toman un papel protagónico para desarrollar ventajas competitivas para mantener posición en el mercado y el éxito. La creatividad se caracteriza por la capacidad de descubrir/inventar procesos nuevos, encontrar patrones ocultos, hacer conexión entre fenómenos aparentemente no relacionados y así generar soluciones.
La innovación es fundamental en una sociedad de conocimiento. Esta desarrolla la implementación de ideas en nuevos o mejores productos, servicios o procesos existentes, que crea valor para los negocios, la salud, la educación, la sociedad y los gobiernos. Hoy en día se dice que hay dos tipos de innovación. La primera es la innovación sostenedora, que quiere decir que una empresa realiza desarrollos en productos que ya tienen, para clientes que ya existen y que tienen un mercado y un modelo de negocio ya establecidos. Por otra parte, existe la innovación disruptiva (Christensen & Bower 1995), la cual se produce cuando una empresa lanza un producto o servicio con tales características que genera un nuevo nicho de mercado y nuevos clientes5. Una economía de conocimiento, basada en la innovación y los emprendedores estimula fuertemente la educación, el desarrollo tecnológico y la investigación científica.
Un grave problema es cuando un sistema educacional, a cualquier nivel que sea, inhibe esa capacidad de innovar para transformar el hacer y el producto educativo. Muchas veces se castiga la innovación a raíz de programas o sistemas de acreditación de calidad que ciertamente ponen barreras infranqueables para hacer cambios. Lo que se necesita es una manera de evaluar adecuadamente dichos cambios, sus perspectivas de alcanzar transformaciones importantes y relevantes en el producto de la educación. Pero no prohibirlos o censurarlos, porque ello inhibe lo más importante para un sistema educativo que es su capacidad de innovar en estructuras, metodologías y contenidos.
El término «innovación» (Gross. B, Lara 2009), sin duda, es una palabra de moda, se utiliza de forma muy diferente y adquiere múltiples significados según el contexto. En el mundo de la empresa, de las universidades y de las organizaciones, se está usando de forma constante como un elemento de valor y de diferenciación. Por ello, nos parece necesario situar el propio concepto de innovación y establecer el sentido que le otorgamos dentro del contexto universitario. Dicho concepto ha evolucionado con el pasaje de la sociedad industrial a la sociedad de la información. El modelo de innovación asociado a la industria se ha basado en un esquema cerrado en el que el proceso de innovar estaba monopolizado por la empresa. Apenas existía comunicación con el mundo universitario y cada uno de los ámbitos se desarrollaba por vías independientes, con escaso diálogo y contacto. La aproximación entre la universidad y la empresa se ha ido potenciando e incentivando poco a poco, y, en este sentido, tienen una especial relevancia programas de ayuda a proyectos competitivos internacionalmente, incluidos los nacionales, que han servido para vincular la investigación con el desarrollo y la innovación, acercando ambos mundos. Así, la universidad proporciona conocimiento que puede convertirse en un producto a ser patentado e incorporado al mercado.
En la sociedad actual, el conocimiento ya no es monopolio de las universidades porque las empresas y corporaciones han creado sus propios complejos de investigación e innovación. Los repositorios de conocimiento son abiertos y las universidades se interesan por los problemas del mercado y las empresas se han empezado a preocupar del hacer en las universidades. Hay una mayor globalización en la investigación y en el desarrollo. La información, la formación y el conocimiento se encuentran en primer plano, mediados por tecnologías que facilitan y transforman de forma rápida los procesos de comunicación, el acceso a la información y la producción del propio conocimiento. En este contexto, la innovación surge como un elemento de creación de nuevos conocimientos, productos y procesos. Forma parte de la creación del conocimiento y de la subsistencia de las organizaciones.
En ocasiones, mejora e innovación caminan unidas sin establecerse claras diferencias entre ambos conceptos. La mejora es conservadora en tanto se sitúa en el camino iniciado que ya ha producido resultados positivos. Los procesos de mejora se pueden planificar y es posible predecir los resultados de una forma bastante precisa. En cambio, innovar se trata no solo de mejorar un proceso o un producto, sino que implica generar un verdadero cambio. Supone la apuesta por un servicio, proceso o recurso que introduce elementos de valor diferenciados, y que conlleva, además, un valor agregado de calidad. Implica asumir riesgos ya que no se conocen a priori ni el camino ni los resultados que se van a obtener, aspecto este muy importante ya que muchas organizaciones adoptan posturas en extremo conservadoras, precisamente por el hecho de que consideran el riesgo como una amenaza.
La innovación está relacionada con la obtención de nuevos conocimientos y con procesos creativos. Y aunque es posible considerarla como un rasgo característico de determinadas personas que tienen for-mas creativas de solucionar problemas o plantear cuestiones diferentes, nuestro enfoque no pretende convertir la innovación y la creatividad en rasgos de personalidad o en componentes de una actividad que involucra únicamente a una parte del personal de una organización.
Varios gobiernos latinoamericanos han intentado gestar políticas destinadas a superar la cultura «extractiva» que no añade valor por medio de inteligencia incorporada a la producción. Esto se ha intentado por medio de políticas de subsidio que fomentan iniciativas privadas, tanto para empresas ya establecidas como hacia la comunidad científica, que desean emprender algún producto o servicio relacionado con el desarrollo científico y/o tecnológico. Los resultados de estas iniciativas políticas se han mostrado poco eficaces: hay muchas ofertas y discursos políticos, acompañados de fondos estatales muy reducidos. Por otra parte, el apoyo de las empresas privadas es muy limitado ya que no existe una cultura de innovar para desarrollar una economía de conocimiento. La mayoría de las empresas instaladas en los países desarrollan sus actividades en el área de la explotación y extracción de recursos naturales, por lo tanto, no les interesan las mentalidades minera y colonialista. Aunque existen experiencias como el caso chileno, en que los gobiernos ofrecen beneficios estatales, como los proyectos FONDEF, para obtener avance científico en distintas áreas a través de una asociación empresa-universidad, en general ha primado la ausencia de pensamiento estratégico puesto que la experiencia se ha centrado fundamentalmente en el ámbito de los recursos primarios. Las metas de innovación y desarrollo de productos y servicios nuevos brillan por su ausencia. Adicionalmente a la ausencia de políticas y financiamiento, prevalece una cierta desconfianza de la empresa hacia las universidades, las cuales no se ven como potenciales aliados en emprendimientos comunes, lo cual se refrenda con el alejamiento de la universidad de una enseñanza e investigación ligada a la realidad, a la vez que por un fuerte incentivo empresarial a la ganancia de corto plazo, y no a la idea de un joint venture con retornos de largo plazo.
Comparando con la situación en el Reino Unido y Europa, es necesario a nivel nacional fomentar la colaboración entre centros de investigación, gobiernos regionales y empresas privadas. Una de las recomendaciones que surge de la experiencia del País Vasco es la creación de un centro piloto de I+D al servicio de la industria y del país6. Este tipo de centro desarrolla sus actividades como entidad privada sin ánimo de lucro y con la vocación de servicio público, y será capaz de ofrecer a las empresas, sus clientes, servicios puntuales de I+D, abarcando el ciclo de innovación. Además del desarrollo integral de nuevos productos, ofrecerá servicios para mejorar procesos productivos y comerciales, y también ayudará en la implementación de estos y a colaborar con las empresas en la transferencia de los resultados. El principal objetivo de estos centros de I+D es agregar valor a los recursos naturales, humanos e innovadores en Chile.
Innovación para los procesos de evaluación
Los sistemas de evaluación de cualquier proceso tienen un gran impacto sobre el desarrollo de ese mismo proceso. En el caso de la educación, es un hecho evidente que el modo de evaluar hace que los sistemas se adapten más rápido y mejor a los objetivos que ha marcado previamente el modelo de evaluación. En las últimas dos décadas se han desarrollado en Europa y en Latinoamérica procesos de evaluación de la educación superior basados casi siempre en el análisis de los procesos. La hipótesis subyacente consistía en que unos procesos adecuados deberían producir unos resultados también correctos. Sin embargo, la experiencia acumulada y los nuevos objetivos de la educación universitaria nos inducen a proponer nuevos modelos de evaluación que estén más enfocados a la evaluación de los resultados que a la de los procesos. La razón de este cambio es consecuente por las ideas que hemos ido presentando. El nuevo modelo educativo deberá estar centrado en el aprendizaje; por tanto, su énfasis se ubica mayormente en los resultados de ese aprendizaje que en cómo se ha realizado el proceso. Si el objetivo del nuevo modelo educativo tuviera que ser la formación en competencias, lo importante sería valorar si tales competencias han sido adquiridas por los estudiantes, y no tanto el modo en el que han sido adquiridas o les han sido enseñadas. Una evaluación centrada en los procesos, como ha sucedido hasta ahora, sería de algún modo incompatible con la flexibilidad y con la diferenciación que debe propugnarse para el nuevo modelo educativo. De lo que se trataría, por tanto, sería de evaluar en qué medida los grandes objetivos de formación en competencias son alcanzados por las instituciones de educación superior. Este enfoque es el que debe estar detrás de los procesos de acreditación y control de calidad de la educación y que ha sido muchos años implementado en el Reino Unido por el QAA7 y los colegios profesionales, y que en los últimos años se está implantando en Europa. De hecho, el modelo holandés de acreditación y el proyecto de modelo español tienen este enfoque, centrado en la evaluación de los resultados. Recientes experiencias latinoamericanas van en el mismo sentido (CINDA 2004). Las futuras evaluaciones y acreditaciones de los programas tienen que estar orientadas a valorar en qué medida son alcanzados los objetivos de formación de competencias. Eso exige la definición de nuevos instrumentos evaluadores, que, además, ayuden a las universidades a transformar sus objetivos pedagógicos en el mismo sentido.
Innovación en las universidades
Al principio fue en los claustros académicos (España) y senados académicos (UK) donde se generaban y desarrollaban las principales aportaciones a la ciencia y la cultura. Durante muchos años la universidad se constituyó como el espacio dedicado al saber, monopolizando la transmisión a la sociedad del más alto nivel de conocimiento. En el transcurso del último siglo han convivido distintos modelos de universidad, desde los centrados en la especialización de los conocimientos hasta los modelos que se han decantado para proporcionar unos saberes y una formación más generalistas. No obstante, en todos ellos es la institución universitaria la que ha continuado teniendo una importante influencia sobre el desarrollo del conocimiento. Sin embargo, este hecho ha cambiado de forma notable. Como afirma Barnett «la educación superior ha pasado de ser una institución en la sociedad a ser una institución de la sociedad» (2001: 222). Ya no ejerce el monopolio del conocimiento experto. La generación y diseminación del conocimiento no solo se ha expandido a organizaciones externas la institución universitaria, sino que la misma educación superior se está desarrollando también fuera de ella. La universidad es una institución de la sociedad, y hablar de la formación en término de competencias es una manera pragmática y utilitaria de ajustarse a la realidad social y de trasladar el énfasis de la transmisión del conocimiento por parte del docente al compromiso del estudiante con el aprendizaje.
La universidad del siglo XXI requiere nueva organización y gestión para la satisfacción de una buena calidad de servicio, educación y experiencias para los estudiantes. Estos nuevos desafíos exigen nuevas estructuras y formas de administrar el proceso de educación, innovar en las funciones y en el concepto de departamentos y facultades con mayor flexibilidad intelectual (multidisciplinario), requiriendo la adaptabilidad y la habilidad de identificar la innovación, proporcionando así los servicios requeridos por la sociedad en cambio. Estos desafíos representan un gran reto para el presente y el futuro, creando un nuevo concepto de universidad8.