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–Sí. El camino está abierto para todos, justos o pecadores. (Rafael)

–Grandes y pequeños se reunirán en el monte Sión y adorarán al padre y a los hijos. Será un tiempo de paz y felicidad. (Uriel)

–¿Cuándo será eso? (Renato)

–La fecha está marcada desde el principio de los tiempos, pero pertenece al Todopoderoso. El día vendrá como el ladrón en la noche y, sin embargo, es necesario estar preparado ―recomienda el hijo de Dios.

–¿Qué debo hacer para entrar en el reino del padre? (Rafaela Ferreira)

–Algunas cosas son necesarias. Trabajo, fe, humildad, caridad, tolerancia, paciencia, perdón y sobre todo amor. Quien no conoce esto último, no tiene la esencia de Dios. (El hijo de Dios).

–Gracias por compartir esto con nosotros, amigo Aldivan. (Dijo Rafaela, terminando la charla).

El grupo siguió adelante hacia la carretera, al lado de la BR-232. Sin más preámbulo, cubren la distancia en unos ocho minutos. Esperan a que llegue el autobús, lo que les lleva otros cuarenta minutos.

Sólo hay seis kilómetros para llegar al inicio de Caraíbas y pasan tan rápido que no hubo tiempo para conocer a otros pasajeros. Bajan, se despiden, pagan el pasaje, cruzan la carretera y comienzan el ascenso en forma de curva.

En este punto todo parece cambiar.

Caraíbas (Arcoverde)

El suelo desaparece bajo sus pies. Los ángeles actúan rápidamente y sostienen a los humanos. Aun así, una poderosa fuerza los empuja hacia el abismo a gran velocidad. En cuestión de segundos, caen en un espacio oscuro, frío y desierto. ¿Qué pueden hacer? ¿Dónde van a terminar? En este momento, la esperanza y la fe de todos se ven sacudidas, pues están agonizantes sin ser rescatados.

El tiempo pasa, y siguen cayendo. En un tiempo imposible de medir, tal es su percance, pueden ver el final: a la derecha una cruz, y a la izquierda una inmensa oscuridad; en el centro Seol, lleno de espíritus malignos atormentados. A medida que se acercan, el choque de las fuerzas opuestas se hace enorme, como hace cinco años, en la primera aventura de la serie "El vidente".

Justo antes de estrellarse contra el suelo, el hijo de Dios, inspirado por el Espíritu Santo, comienza a recitar la siguiente oración: "Padre, te pido que actúes. Estamos en profunda contrición, desdicha y peligro y no tenemos a nadie a quien recurrir. Recuérdanos ahora tal como recordaste y te compadeciste de Noé y de los esclavos israelitas. Ruego por tu amor, comprensión y por la misericordia de la bendita cruz que nos ha liberado del pecado y abierto las puertas a la vida eterna. Amén".

A casi un milímetro de la caída, la fuerza de atracción cesó. Los ángeles voltearon sus alas y comenzaron a volar de nuevo. Comenzaron el camino de regreso a la velocidad de la luz. En seguida, salen del abismo y este desaparece sin dejar rastro. Como por arte de magia, se encuentran en la ascensión en zigzag de Caraíbas, justo al principio. Rafaela no se contuvo:

–¡Dios mío! ¿Qué fue eso?

–Era una ilusión causada por una poderosa mente maligna. Si no fuera por la oración del vidente, estaríamos perdidos ―explicó Rafael.

–¿Cómo, Aldivan? ¿De dónde te viene la inspiración? (Rafaela Ferreira)

–Lo explicaré. A través del fenómeno de la comunión, Yahvé y yo estamos entrelazados de tal manera que mis palabras se convierten en las suyas. No hay diferencia. (Aldivan)

–¡Increíble! Nunca escuché nada parecido. Aunque puede parecer una blasfemia, lo creo. (Rafaela)

–Qué buena amiga, estás empezando a comprender la grandeza de este corazón que un día conquistará el mundo. (Renato)

–No existo sin él (Uriel)

–Gracias a todos y especialmente a mi amigo el arcángel Uriel Ikiriri. En los momentos más difíciles de mi vida, ha sido una herramienta del Todopoderoso que me ha apoyado y liberado. No tengo más que decir. Soy el único humano que conoce a su ángel guardián, que conoce su propio futuro y que penetra en el alma humana. Estoy bendecido. (El vidente)

–Me gustaría ser como tú. (Dice Rafaela en tono melancólico)

–No quieras serlo. Cada ser humano es bello por sus propias características. Dios te ama tal como eres y sólo espera un sí para actuar en tu vida. (El vidente)

–Lo entiendo. Discúlpame. (Rafaela)

–No te preocupes. Yo te entiendo. (El hijo de Dios)

–Gracias. (Rafaela)

–Continuemos entonces. Todavía queda un largo camino por recorrer. (Aldivan)

El grupo obedece. La caminata continúa. Unos metros después, giran la curva y siguen adelante. En el camino, se encuentran con dos coches privados que salen del pueblo, algunos jinetes y un ciclista. Como son corteses, los saludan y continúan caminando. A poca distancia, aparecen las primeras casas y la pendiente se allana. El vidente se detiene, al igual que los demás, y aprovecha para hablar con sus compañeros de aventura:

–¿Veis todo este lugar? Es un terreno espléndido con características peculiares, esto es un poco de la caatinga del interior. Todos los días durante un año, sudé caminando por aquí. Sin embargo, eso no me hizo menos digno. Por el contrario, me sentía honrado de desempeñar mi papel como asistente administrativo en la secretaría de la escuela.

–Nunca he trabajado. Pero entiendo lo que dices. De hecho, es bueno ser útil, lo que no soy ahora. (Rafaela)

–No hables así. Tienes una hermosa familia que te ama y al padre espiritual también. Ahora, nos tienes como amigos. ¿Lo ves? No eres inútil. Eres importante para los que te rodean. (Aldivan)

–Tus palabras…, me emocionan… (Rafaela Ferreira solloza)

Todos se emocionan. Instintivamente, se acercan y la abrazan. Le ponen tanto énfasis que Rafaela se siente sofocada. Por primera vez en mucho tiempo, se siente completamente amada, lo que es medicina sagrada para su problema de depresión.

Cuando se calma, se separan de nuevo, y la conversación continúa durante un rato más:

–¡Así es como debe ser! Somos un gran equipo con un objetivo común: desentrañar los complejos entresijos del excitante destino. ¡Estamos contigo, vidente! (Renato)

–Gracias. ¿Puedo confiar en vosotros también, mis queridos arcángeles? (Aldivan)

–¡Siempre! Tu padre Yahvé nos guía en todo momento. Es su voluntad. (Rafael)

–"En la noche más oscura, cuando todos digan que no, cuando no haya salida, te rescataré. En ese momento, mostraré una camino luminoso, claro y viable. A partir de entonces, la felicidad reinará en tu vida porque yo soy Yahvé, el verdadero Dios. Palabra de Yahvé". (Uriel)

–Eso me pasó a mí. Conmovedor. (El vidente)

–Así es como me siento. Cuenta conmigo para cualquier cosa. (Uriel)

–Gracias. Cuenta conmigo también. Aldivan)

–¿Podemos continuar? El tiempo apremia, es casi de noche. (Señala Rafael)

–Sí, vámonos. (El vidente)

El paseo se reanuda. Recorren rápidamente y a ritmo constante los quinientos metros que los separan del pueblo. Pasean por las primeras calles y giran a la derecha, otros cincuenta metros más adelante llegan a una residencia de estilo chalet, de 6x13 m, con un patio delante y al lado un garaje lateral, de mampostería lisa y enlucida con paredes blancas pintadas, con el número treinta y cinco escrito en una placa de madera. Cuando se acercan a la puerta, llaman y esperan a que alguien les conteste. Aparece una joven rubia, de estatura mediana y mejillas sonrosadas, llamada Jackeline. La misma de la aventura anterior, "El Encuentro de Dos Mundos". Ella dice:

–¿Eres tú, vidente? ¡Cuánto tiempo!

–Sí. Estoy en mi quinta saga de la serie El Vidente. Y tú, ¿cómo has estado? (El hijo de Dios)

–Bien. ¿Quiénes son estas personas que están contigo? (Jackeline)

–Son mis amigos, Rafael, Uriel y Rafaela Ferreira. A Renato ya lo conoces. (Aldivan)

–Sí, por supuesto. Encantado de conoceros, chicos. (Jackeline)

–Un placer. (El resto, simultáneamente)

–Disculpad mis modales, por favor, entrad. (Jackeline)

–Gracias. (El vidente)

El grupo entra junto con Jackeline y, como sus padres están de viaje, ella actúa como anfitriona. Se sientan en el sofá de siete plazas del salón.

Eran exactamente las seis de la tarde y aprovechó para invitarlos.

–¿Y si vamos a la cocina? Debéis tener hambre.

–Un poco. ¿Qué opináis, muchachos? (El hijo de Dios)

–Estoy de acuerdo. (Renato)

–Yo también. (Rafaela)

–Vamos. (Rafael)

–Sí. (Uriel)

Aceptada la invitación, dejan la entrada, van por el pasillo y llegan a la cocina. Se sientan alrededor de la mesa principal, mientras Jackeline prepara té y galletas para la merienda. Habría preparado una cena pero no había tiempo y tampoco esperaba visitas. Cuando todo está listo, ella les sirve y el vidente aprovecha la oportunidad para hablar.

–Mira, quiero pedirte un favor, Jack. ¿Podrías acogernos esta noche? Ya es tarde, y no tenemos conocidos aquí.

–No te preocupes. Tengo camas y colchones disponibles para todos. Será un placer ―dijo ella.

–Gracias. ¿Sigues trabajando como enfermera? (Aldivan)

–Sí, ¿y tú en tu gran aventura como escritor? (Jackeline)

–Sí. Me encanta mi trabajo. La gente como Rafaela me inspira a continuar. (Aldivan)

–¿Qué te pasa, querida? (Jackeline)

–Me siento un poco desganada y triste por algunas cosas. (Rafaela)

–Entiendo. Estás deprimida. Has hecho una excelente elección al elegir acompañarlo. Aldivan tiene palabras de vida. (Jackeline)

–Y tú, Renato, ¿cómo estás? Has crecido. (Jackeline)

–Bueno. Este año termino los estudios de medicina y deseo continuar estudiando en la facultad. Ya he tenido algunos coqueteos… ―dijo el joven.

–Jajaja ―riendo― ¡Muy bien! ¿Y tú, Aldivan? ¿Ya has encontrado el amor? (Jackeline)

–Todavía no, pero lo estoy buscando. Quién sabe si algún día lo pueda encontrar. De todas formas, aparte de eso, soy un hombre realizado y feliz en mi carrera y trabajo. (Aldivan)

–Es verdad. Si hay una persona que es feliz y lo merece, ese ser se llama Aldivan Teixeira Torres, y no lo digo porque es mi protegido. Mi juicio es imparcial. (Uriel Ikiriri)

–Aldivan es la rosa entre espinas. Entre los humanos no hay nadie como él. Su grandeza es tan grande que Dios lo considera como su hijo. (Rafael)

–Estoy orgulloso de ser su compañero de aventura. (Renato)

–Y yo de tenerlo como amigo. (Jackeline)

–Lo mismo digo. (Rafaela)

–Gracias a todos. Vosotros, junto con toda la humanidad, sois importantes para mí, ¡aunque a veces no lo merezcáis! (El hijo de Dios)

Todos se acercan a Aldivan y lo abrazan. En ese momento mágico, se sientes como verdaderos hijos de Dios, amados y protegidos. El abrazo dura el tiempo suficiente para que se sienta el calor humano. Después, rompen el abrazo y siguen tomando el té y las galletas.

Cuando terminan salen de la cocina, regresan a la sala de estar y se dedican a otras actividades. Entre ellas ver la televisión, escuchar buena música en la radio y charlar. Esto los mantiene entretenidos hasta la hora de acostarse, siendo exactamente a las diez de la noche. Buenas noches a todos.

Mimoso (Pesqueira)

La noche y el amanecer pasan sin sobresaltos y finalmente el día comienza. Uno a uno, los miembros del grupo se despiertan y la anfitriona también. Mientras esta última prepara el desayuno, los otros se turnan para bañarse en el único baño. Como son muchos, se apresuran y terminan en una hora. Después, se dirigen a la cocina y allí, para deleite de todos, el desayuno está listo. Se sientan alrededor de la mesa y como la noche anterior, Jackeline les sirve rápidamente.

En un ambiente acogedor y tranquilo, disfrutan de las delicias típicas del interior noreste, como la yuca con carne seca, el cuscús, la tapioca y los panecillos. Todo preparado por las manos de nuestra amiga Jackeline. Al mismo tiempo, aprovechan la oportunidad de conocerse mejor.

–Felicitaciones, Jack. ¿Con quién aprendiste a cocinar tan bien? (El vidente)

–Gracias. Con mi madre. Ella es una excelente cocinera ―responde Jackeline.

–¿Me das la receta después? El aderezo es realmente excelente. (Rafaela)

–Por supuesto. No hay secreto. Es sólo poner los ingredientes en la cantidad correcta. (Jackeline)

–Ok. (Rafaela)

–¿Qué has estado haciendo desde que nos separamos? (Renato)

–Vida sencilla, como siempre. Con mi trabajo de funcionaria, las tareas domésticas y de viaje en vacaciones, porque nadie está hecho de acero. ¿Qué hay de los libros? ¿Has tenido mucho éxito ya?

–Estamos haciendo un buen trabajo. Los frutos, los cosecharemos más tarde. (Renato)

–¡Muy bien! (Jackeline)

–¡Muy bien, Jackeline! Eres el ejemplo de una persona que sabe cómo disfrutar de la vida. ¡Refléjate en ella, Rafaela! (El vidente)

–Por supuesto que sí. Ya se ha ganado mi admiración. (Rafaela)

–Gracias. ¿Y vosotros, Rafael y Uriel, cuándo entrasteis en la vida del vidente? (Jackeline)

–Siempre fuimos parte de su vida, pero sólo recientemente Dios nos permitió revelarnos. Somos arcángeles y estamos siempre en la presencia de Dios ―explica Rafael.

–¿Arcángeles? ¿Aquí en la tierra? ¿Cómo es posible? ¿Y por qué? (Pregunta la incrédula Jackeline)

–Simplemente, yo soy el ángel guardián específico de Aldivan, soy un Ikiriri, y fui creado junto con él. Estamos viviendo tiempos importantes y decisivos y nuestra presencia es necesaria aquí en la tierra. (Uriel)

–Genial. Me gustaría tener la oportunidad de conocer a mi ángel. Creo que eso cambiaría mi vida completamente. (Jackeline)

–Yo también. (Rafaela Ferreira)

–Estamos en todas partes. Cada persona de una manera u otra está en contacto con su ángel. Sólo es necesario prestar atención a las señales. (Rafael)

–¿Por ejemplo? (Jackeline)

–¿Has oído alguna vez esa voz interior que te guía y te aconseja? Los humanos lo llaman intuición. (Rafael)

–Sí. En cierta medida, sí. (Jackeline)

–Yo también. Varias veces. Aunque a veces algunas voces nos influencian mal. (Rafaela)

–En ese caso son mensajeros, también conocidos como demonios. Pertenecen a las tinieblas, actúan en los puntos débiles de la persona, sirven a los propósitos del señor de las tinieblas. (Uriel)

–Fue lo que me pasó a mí. Esas voces casi me llevan a la perdición. Sin embargo, en el momento que más lo necesitaba, las fuerzas de la bondad se hicieron presentes y me liberaron. (Aldivan)

–Es exactamente lo que necesito ahora. Necesito esa fuerza restauradora para seguir adelante, viviendo con expectativas. ¡Enséñame, hijo de Dios! (Rafaela Ferreira)

El hijo de Dios se emociona y se pone de pie, frente a todos. Rafaela es otra persona angustiada, desesperada y perdida, que está pidiendo a gritos ayuda y, con su experiencia, él sabe lo doloroso que es sentirse solo en la vida. Por un momento, mira hacia su interior y espera una respuesta de su padre que tanto lo ama. Sabe que si lo pide, le escuchará, porque en él Yahvé Dios encontró su placer.

Con voz segura y firme, dice a sus amigos:

–Hermanos míos, tened fe en mí. Dios Yahvé es omnipotente, omnipresente y omnisciente, y aun teniendo tantos atributos, nos ama como a niños. La única condición es que sigamos sus mandamientos escritos en la Biblia y actualizados en el bestseller El código de Dios. Lo demás sucede en consecuencia.

–Yo quiero. ¿Cómo puedo entrar en el reino de Dios? (Rafaela Ferreira)

–Nuestro reino es el reino de la justicia, la paz y el amor y está abierto a todos. Mi misión ahora es buscar gente, difundir el mensaje de Dios y esperar que se propague por sí mismo. Tú eres parte de ese proyecto. ¿Aceptas? (El hijo de Dios)

–Sí. (Rafaela Ferreira)

–Entonces, de ahora en adelante, tú eres la primera apóstol. Necesitamos once más para completar el equipo. Bienvenida. (El vidente)

–Gracias. (Rafaela)

–Yo también quiero. (Renato)

–¿Y nosotros? (Jackeline)

–Vosotros sois parte de otro plan. Mis apóstoles son todos aquellos que necesitan mi ayuda urgente, especialmente los pecadores ―explicó el hijo de Dios.

–Según la tradición, hay doce que se convertirán en millones. (Rafael)

–Que se cumpla la profecía. (Uriel)

–Gracias a todos. (El vidente)

Dicho esto, el vidente se retiró de la mesa y todos siguieron comiendo. Después de la comida, finalmente se despiden, toman sus maletas y se van de la casa. Ahora, hacia Mimoso-Pesqueira, un pueblo a unos doce kilómetros de donde están. Es allí donde todo comienza.

Al llegar a la calle, intentan disfrutar de los últimos minutos en la maravillosa tierra de la querida Caraíbas, llamada sugestivamente Carabais en el libro El encuentro entre dos mundos y en Las fuerzas opuestas, el misterio de la cueva. La razón del cambio de nombre fue la preservación de este lugar mágico, rodeado de belleza, pero ahora esto no es tan importante. "Yo soy" está dispuesto a revelarse en la persona de Aldivan Teixeira Torres.

Caminan por el centro, giran a la izquierda y siguen la última calle en dirección a la carretera asfaltada que les lleva de nuevo al borde de la carretera BR-232. Cuando ya están a una distancia segura y nadie les ve, Rafaela dice:

–¡Estoy lista! ¡Tócame, hijo de Dios!

Aldivan no contesta. Mientras los demás esperan su reacción, él se acerca a su primera apóstol y la abraza gentilmente. Después, se aleja, se concentra y estira el brazo de nuevo, hasta tocar la punta de su cabello. En ese momento, el suelo tiembla, la oscuridad de la revelación llega a todos ellos y abre acceso otra parte de la historia de su querida amiga:

"Rafaela siguió adelante con su vida después del fracaso del examen de admisión. Dejó temporalmente de matricularse en la facultad para no enfrentar las dificultades y concentrarse en las tareas domésticas y en los esporádicos eventos sociales. Sin saberlo, era allí donde estaba el peligro. En una de esas salidas conoció a Marciano Fonseca, un joven de cuarenta años que decía ser soltero. Empezaron una relación, con algunas visitas a su casa. Con el tiempo, la relación se volvió sólida, hicieron el amor por primera vez y luego Rafaela le pidió conocer a su familia, para comprometerse. A partir de ese momento, todo cambió. Marciano Fonseca prácticamente desapareció y, cuando aparecía, ponía excusas poco convincentes a las demandas de su novia. Desencantada, Rafaela sospechó y presionó aún más. Fue entonces cuando él explotó y confesó todo: era un hombre casado con hijos y no podía comprometerse. Nada tenía sentido después de este profundo engaño que ella sufrió. Fue entonces cuando conoció a este grupo encantador, liderado por el vidente que le prometió ayudarla. El comienzo de una nueva historia".

El vidente quita la mano y con una sonrisa exclama:

–¡Vamos hermanos! Ya no hay lugar para la tristeza. Lo pasado, pasado está. Ahora os prometo un gran compromiso con vuestras causas. Acompañadme al destino, apóstol y amigos.

Nadie dice nada, el vidente comienza a caminar de nuevo e instintivamente todos le obedecen y le siguen. Empiezan a bajar por la curva de Caraíbas. Por la mañana el sol no es muy fuerte.

Revisitando paisajes conocidos, tocando con la punta de los pies ese lugar encantador, avanzan por las curvas del destino. De buen humor, el kilómetro y medio de distancia se hace muy corto. Y así, lo recorren en veinte minutos.

Al borde de la carretera, esperan a que llegue un autobús. Afortunadamente, uno viene pronto, suben y en cuestión de minutos se encuentran en el centro de Mimoso. Bajan, pagan el pasaje y se despiden. Comienza una nueva historia.

El grupo avanza, pasa la plaza de Joaquim de Brito, gira a la derecha, sigue recto y llega al centro. Pasan unas cuantas casas del lado derecho y se detienen en el número veinte. Llaman a la puerta. En un instante, abre una mujer alta, rubia, guapa, de cuerpo normal, con gafas de sol, gorra, sandalias, bermudas blancos, camisa de punto y bragas azules que se ven a través de la ropa con transparencias. Con una sonrisa cautivadora, empieza a hablar:

–¡Dios mío! ¡El vidente, Renato y sus compañeros en mi casa! ¡Qué honor! ¿En qué puedo ayudaros?

–¡Hola, Bernadete Sousa! ¿Todo bien? Mis amigos y yo te pedimos permiso para tener una charla contigo. He oído que no estás bien. (El vidente)

–Oh, gracias. ¡Por favor, entrad!

La anfitriona entra seguida de los visitantes. Con seis habitaciones (dos dormitorios, salón, baño, cocina y comedor), es una típica casa de tamaño mediano. Se instalan en el salón, amueblado con un sofá, estanterías, equipo de sonido y una pequeña mesa. Está decorado con cuadros, cortinas y estatuillas hasta el último milímetro.

Con un poco de esfuerzo caben en el sencillo pero mullido sofá. Entonces comienza la conversación:

–¿Y tú, Aldivan? ¿No me presentas a tus amigos? (Bernadete)

–Sí, por supuesto. Te ruego me disculpes. Esta es Rafaela Ferreira, una amiga de Arcoverde, estos dos son Rafael y Uriel―, dice señalando a cada uno de ellos. (El hijo de Dios)

–Encantada de conoceros. Bienvenidos todos. (Bernadete)

–Gracias. (Los otros, simultáneamente)

–¿Cómo estás? (El vidente)

–Ya lo sabes, aún no me he recuperado. Todo es muy reciente. (Bernadete)

–¿Qué ha ocurrido? ¿Cuál es su problema, maestro? (Rafaela)

–Bernadete Sousa fue víctima de una violación. Como consecuencia, quedó embarazada y, bajo la presión de sus padres, que querían verla casada y virgen, se fue de casa y tuvo un aborto. Esto sucedió hace tres días. (El hijo de Dios)

–Lo siento mucho. (Rafaela)

–Gracias. (Bernadete)

–Hemos venido aquí para invitarte a hacer un viaje con un destino indefinido.

–¿Con qué objetivo? (Bernadete)

–Para mostrarte a Dios. (Uriel)

–No lo sé. Dios parece haberme olvidado, porque permitió que esa bestia me violara. Desde entonces, mi vida se ha convertido en un infierno y yo no lo merecía ―dijo Bernadete con amargura.

–¡No repitas eso! Mi padre nunca permite que sucedan cosas malas. No podemos hacer a Dios responsable de las acciones de una parte delincuente de la humanidad. Yo lo vi. Yo estaba allí, al principio de todo. Dios hizo un acuerdo con el universo, que él no interferiría con nada que sucediera. Esto es una consecuencia del libre albedrío ―explicó el hijo de Dios.

–Entonces, ¿a quién debo hacer responsable?, ¿al destino? Explícamelo, por favor. (Bernadete)

–El destino es también una fuerza creadora. Tampoco puedo hacerlo responsable, porque nosotros somos responsables, en gran medida, de nuestra felicidad. (El vidente)

–Entonces no sé qué decir. (Bernadete)

–Fue una fatalidad. Debe ser superada para que continúes tu vida con la cabeza bien alta. (Rafael)

–En cuanto al aborto, te entiendo. (Renato)

–¿De verdad, Renato? Eso no es lo que hace la mayoría de la gente. Ya he sido juzgada y condenada por ellos. (Bernadete)

–Lo sé. Pero no soy como el resto del mundo. (Renato)

–Qué bueno. Gracias. (Bernadete)

–¿Qué piensas, hijo de Dios? (Uriel)

–La vida para mí y para mi padre es sagrada, sea cual sea la situación. Pero me enviaron aquí para decir que no condeno. Estoy aquí para llamarte a mi confluencia e iluminar la oscuridad de tu pecado con mi luz y la de mi padre, ¿aceptas? (El vidente)

–Sí, no sé cómo, pero te necesito, a tu persona. Tus palabras me llenan de esperanza y expectativas. ¿Qué debo hacer? (Bernadete)

–Únete a Rafaela y conviértete también en mi apóstol. Pronto haremos un interesante y enriquecedor viaje por este mundo. ¿Te parece bien? (El vidente)

Bernadete piensa un momento. Últimamente, su vida se reduce a su trabajo como sirvienta municipal y su dolor privado. Todo parecía perdido hasta este momento. ¿Sería un error aceptar la propuesta? Ella no lo sabe, pero por lo poco que sabe de Aldivan, él es digno de confianza, un símbolo de tenacidad, agallas y lucha. Sus dudas se disipan.

–¡Quiero! Parecerá una locura, pero creo que es mi única oportunidad. ¿Cuándo nos vamos? (Bernadete)

–Ahora mismo. (El hijo de Dios)

–Espera un momento. Necesito tiempo para bañarme y hacer las maletas. (Bernadete)

–Está bien. (Aldivan)

Bernadete se va a prepararse para el viaje. Mientras, la conversación continúa animada en el salón sobre otros temas. Algún tiempo después, la anfitriona vuelve al salón y, estando todo listo, se marchan. Salen, cierran la puerta con llave y vuelven a la calle.

Pasan por el centro, giran una esquina y se dirigen a la pequeña capilla de San Sebastián. Allí hacen una parada. El vidente aprovecha para decir:

–Renato, ¿te acuerdas? Fue aquí donde comenzaron nuestras aventuras, un loco viaje a través del tiempo. Tuve una experiencia en el desierto, me enfrenté a fantasmas y hombres endemoniados, luché en la batalla final y sobreviví. ¡Mira! Nada es imposible para los que creen en Dios.

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